Endemoniadamente locuaz, aturdidor de pensamientos útiles,
su voz es la máscara espesa de la perdición,
rasguñan en mis entrañas las violentas abominaciones que se despiertan con su devenir,
la putrefacta intención que le compone se oculta en una divina tez aterciopelada,
un olor a jazmines frescos lo envuelven,
pero no identifican su verdad,
solo es una construcción maléfica del mundo.
Tibio, su aliento abrazador arropa la noche,
sin compasión alguna se aproxima con la seducción en la punta de los poros.
Nadie me creerá lo que se ve en las sombras de sus callejones fríos,
la ruina del espíritu, la desolada encarnación de lo efímero,
las melodías entonadas en sus labios no son más que ruido en su alma vacía.
su voz es la máscara espesa de la perdición,
rasguñan en mis entrañas las violentas abominaciones que se despiertan con su devenir,
la putrefacta intención que le compone se oculta en una divina tez aterciopelada,
un olor a jazmines frescos lo envuelven,
pero no identifican su verdad,
solo es una construcción maléfica del mundo.
Tibio, su aliento abrazador arropa la noche,
sin compasión alguna se aproxima con la seducción en la punta de los poros.
Nadie me creerá lo que se ve en las sombras de sus callejones fríos,
la ruina del espíritu, la desolada encarnación de lo efímero,
las melodías entonadas en sus labios no son más que ruido en su alma vacía.
Nathaly Ortíz
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