Ahora llueve, no es el invierno
lo que me aqueja, sino encontrarme postrado en este infernal lugar que algunos
llaman de los más hermosos y magníficos placeres, como lo es el sueño, pero
también lo he visto para diversos recitales de gritos y sofocantes respiros que
me hicieron en su momento casi desmallar.
Era mi madre, sí ella, la que se
considera mi progenitora, se hallaba apaciblemente acostada mientras en un
voraz deseo de implacable animalidad que me hace sucumbir como lo dije, un
individuo desaforado sin razón escalaba su humanidad.
Ese maldito e indiscriminado
sentimiento que tiene mi madre con tal sujeto me corrompe el alma cuando ella
muy tiernamente por las noches me abrasa con su dulce calor cuando nos vamos a
dormir, pero me calma su forma de arroparme con ese amado sentir que ella tiene
por mí.
Es cuando yo me pregunto ¿Por qué
hace lo que hace cada noche? ¿Por qué no se queda junto a mí y no se deja caer en brazos ajenos si no en los
míos? Los he visto llegar cada noche, como con el cielo comprado, es decir con
seguridad que se consuma lo que ellos quieren. “Porque después de cada cena,
viene el postre” decía uno mientras me acariciaba mirando a mi madre, y ella
triste, demasiado desesperanzada como para objetar o apenas decir algo.
Si pudieran brotar lágrimas de
mis oscuros ojos las dejaría caer, pero no puedo, no puedo ni siquiera
mencionar palabra, estoy encarcelado en esos horribles pensamientos y esas
asquerosas visiones, gemidos de uno porque no de ella, jamás de ella, porque a
veces lo intenta, pero no lo puede, me mira con su desolado rostro y brotan sus
lágrimas.
Pero como voy a ser tan
desaforado, ¿Por qué demonios no me marcho de su lado? No, ¡No!, jamás podría
dejarla sola, nunca en mi descarado existir lo haría. Soy lo que mantiene al
menos una sonrisa en ese cuartucho abandonado. Es cierto, yo siempre estoy
sonriendo, una sonrisa falsa la que surge de mi ser.
¿Dónde está papá? Me gustaría
preguntarle a Mami, ¿Por qué no estás con él? De él si me aguantaría esos
ruidos desaforados que escucho, e incluso los tuyos con él… y no los gemidos de
tus sollozos por la noche. Pero yo, apenas siendo un tierno y tonto peluche
regalado que te bautizó como madre no puedo hacer nada por ti, ni lágrimas
salen de mi cuerpo de algodón.
Edison González
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