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1 oct 2012

SUEÑO ENTRE RECUERDOS



El furtivo deseo de las mentes olvidadas quiere gritar con impaciente furor. Eso fue lo que me dijo antes de despertar, aquellas fueron sus últimas palabras que mis sueños reflejaron en mis cubiertos oídos ante la llegada de los vasallos de la incompetencia social a destruir sus culturas.

Sus mentes me hicieron revivir lo que debe de cierta manera brotar sobre mis venas, el vago sentir de mi palpitar esparciendo el líquido dentro de mi cuerpo, que asiente agradecido con suspiros de vida.

Aun lo recuerdo, como olvidar la belleza de sus adornos, los curioso de su organización social, lo particular de sus cuerpos labrados por la misma tierra desde sus entrañas, el dolor de su existencia compartiendo lo que es suyo con los individuos que me acompañaron esa noche. Y todavía más me impresionaba como sus manos caían rendidas a sus pies en modo de agradecimiento. La belleza en su expresión más esbelta. Es la pureza de verdadera libertad, de las verdaderas sensaciones que es necesario experimentar, el agua que es indispensable beber, calmar la sed de identidad, la que al despertar todavía me corroe el alma, la que hace brotar de mis tristes ojos lamentos por haberlos abierto.

Me contaron una historia, dijeron que existió alguna vez un lugar precioso, que muchos de los más atrevidos extranjeros buscaron, me contaron el dorado de los ríos de aquel sitio, me mantuvieron soñando mientras dormía con el taita bañado en oro del más hermoso deseo, el agua de pureza máxima como su recito de estadía, el baño como recompensa para los dioses, para la madre tierra.

Como me agradaría volver a tener esa deliciosa quimera, pero no es así, parece que no volverá a ser así, la fría y arrogante ciudad carcome mis huesos que se calentaban placenteramente en ese sitio; mi respirar se entre corta con el tajante oxigeno de este espacio, cosa que era calmado y armonioso en aquel lugar. Mi cuerpo se halla estático ante la lluvia de afuera, las sabanas saben a sal húmeda, mientras evoco a esa cultura de hace más de quinientos años; roso cada parte de mi cuerpo con mis hambrientos dedos para saber que algo de mí fue parte de uno de los aborígenes.


Edison González

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