El furtivo deseo de las mentes olvidadas quiere gritar con impaciente
furor. Eso fue lo que me dijo antes de despertar, aquellas fueron sus
últimas palabras que mis sueños reflejaron en mis cubiertos oídos ante la
llegada de los vasallos de la incompetencia social a destruir sus culturas.
Sus mentes me hicieron revivir lo
que debe de cierta manera brotar sobre mis venas, el vago sentir de mi palpitar
esparciendo el líquido dentro de mi cuerpo, que asiente agradecido con suspiros
de vida.
Aun lo recuerdo, como olvidar la
belleza de sus adornos, los curioso de su organización social, lo particular de
sus cuerpos labrados por la misma tierra desde sus entrañas, el dolor de su
existencia compartiendo lo que es suyo con los individuos que me acompañaron
esa noche. Y todavía más me impresionaba como sus manos caían rendidas a sus
pies en modo de agradecimiento. La belleza en su expresión más esbelta. Es la
pureza de verdadera libertad, de las verdaderas sensaciones que es necesario
experimentar, el agua que es indispensable beber, calmar la sed de identidad,
la que al despertar todavía me corroe el alma, la que hace brotar de mis
tristes ojos lamentos por haberlos abierto.
Me contaron una historia, dijeron
que existió alguna vez un lugar precioso, que muchos de los más atrevidos
extranjeros buscaron, me contaron el dorado de los ríos de aquel sitio, me
mantuvieron soñando mientras dormía con el taita bañado en oro del más hermoso
deseo, el agua de pureza máxima como su recito de estadía, el baño como
recompensa para los dioses, para la madre tierra.
Como me agradaría volver a tener
esa deliciosa quimera, pero no es así, parece que no volverá a ser así, la fría
y arrogante ciudad carcome mis huesos que se calentaban placenteramente en ese
sitio; mi respirar se entre corta con el tajante oxigeno de este espacio, cosa
que era calmado y armonioso en aquel lugar. Mi cuerpo se halla estático ante la
lluvia de afuera, las sabanas saben a sal húmeda, mientras evoco a esa cultura
de hace más de quinientos años; roso cada parte de mi cuerpo con mis
hambrientos dedos para saber que algo de mí fue parte de uno de los aborígenes.
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