MI HISTORIA ENTRE CORRALES
Lina García Sierra
19 Febrero de 2012
Estas praderas inmensas se asemejan al paraíso en cada hectárea de libertad. Puedo correr por todo lugar, desatar mi naturaleza: vivir con “la manada” es simplemente grandioso, confirmamos en el día a día el poder propio de nuestra raza, la grandeza que nos caracteriza.
Hay quienes nos asemejan con la nobleza, con los reyes; parece que les enseñamos el arte del dominio. Pero nosotros solo seguimos instintos, respondemos a movimientos que nos alteran. Es nuestra costumbre mantener las jerarquías y demostrar fuerza; para la manada lo importante es quien infunda mayor amenaza, a ese, solo a ese lo respetamos como a la muerte que es siempre cierta y temerosa.
Acá nunca falta nada, no se lucha por la sobrevivencia, quienes nos cuidan nos alimentan, ejercitan, incluso nos miman, solo se reacciona con violencia cuando se tiene en frente una amenaza. Aunque hay algo que nos intriga: ¿Qué pasa al salir del paraíso? Los ancianos cuentan que vamos a un desfile a ser galardonados por ser parte de tan bella especie, mostramos a los demás la majestuosidad del toro de lidia, pero esto es solo una leyenda, nadie sabe a ciencia cierta qué pasa más allá.
Hoy, al despertar, no veo horizonte alguno. Al caso algunas paredes, siento que la tierra se mueve, a veces se detiene y luego emprende marcha de nuevo. No entiendo qué pasa, escucho pasos, algunas voces pasajeras, que horrible incertidumbre.
Por fin todo se queda en silencio, se paraliza. Abren una puerta y veo la luz del día. Qué alegría, no estoy muerto; aunque todo indicaba que debía salir corriendo no lo hice, me quede allí a la espera, contemplando lo que estaba afuera. Finalmente, unos hombres me inducen a caminar. Voy bajando lentamente de lo que al parecer era una caja, me dirigen a un camino de arena y al entrar en este se cierran las puertas tras de mí, creo que ahora estoy dentro de otra caja, tal vez sea solo una pesadilla, decido dormir un rato.
Todo está oscuro, el silencio ocupa cada lugar a mi alrededor, recuerdo la historia sobre el desfile, ¡Qué tonto he sido! Solamente estoy en los momentos previos a mi debut.
Han pasado algunas horas, al parecer se han olvidado de mí, de pronto alguien ocupó mi lugar en el desfile, tal vez no soy lo mejor de mi especie, se hace intolerable tanta soledad, tanta oscuridad, estar en medio de la nada.
Alguien se acerca, puedo sentirlo, los puedo ver, vienen hacía mi, ¿Qué traen en las manos? ¿Por qué cortan mis cuernos? ¿Por qué golpeas mis testículos? ¡Dolor!, ¿Por qué todo es tan borroso? No soporto la sensación en mis pies, es como estar parado sobre un campo de ortiga, siento cada golpe como el fin del mundo, cada vez se hace más insoportable el sufrimiento. Quiero salir corriendo, pero me sujetan, quiero gritarles para que se detengan, pero mis mugidos no parecen suficientes. ¿Por qué? ¿Por qué me lastiman? Han dejado de hacerlo, me han dejado en paz, quiero salir de acá, espero que mi instinto de supervivencia supere la debilidad que mi cuerpo expira.
La caja está abierta otra vez. Es ahora o nunca. Salgo corriendo, persigo el camino de vuelta al paraíso; pero al final del sendero solo hay un corral, uno no muy grande y está lleno de personas acomodadas alrededor. Me observan, es como si estuvieran a la espera de mi aparición, esto es más confuso aún. No sé a dónde debo ir, debo decidir qué hacer; entretanto aparece un hombre, se ve muy elegante no creo que él me vaya a lastimar; tal vez es él quien me lleve a casa.
Este hombre trae una especie de trapo en sus manos, me resulta irritante cómo le mueve constantemente, la manera en que se acerca a mí no es amigable: he decidido que no me simpatiza. Intento ignorarlo, pero grita en ese tono que altera, que desestabiliza y fiel a mi naturaleza no encuentro más alternativa que embestirle. Lo sigue haciendo, es como si disfrutara mi histeria. La gente que nos presta atención también se deleita, para todos es una fiesta, menos para mí.
A medida que sus gritos son más frecuentes y mis fuerzas se agotan, él entierra en mi cuerpo algunas navajas y arpones, puedo sentir en el ingreso de cada arma cómo se desgarra mi piel, cómo cada gota de sangre se desliza. Estoy a punto de darme por rendido, pero él parece no vislumbrar el fin.
Intento huir, quiero alejarme del peligro, pero él hace ese sonido que me recuerda el mugido de mi madre cuando había peligro, el mugido de la lucha por la jerarquía y ahí estoy de nuevo atacándolo, porque los sonidos son como mi guía, no puedo fingir que no los escucho, tampoco puedo evitar seguirlos.
El hombre, elegante aún con suntuosos trapos, toma con sus manos una espada, todas las personas alrededor estallan con gritos y arengas. Algunos parecen alegrarse de su acto, me mira, pero no a los ojos, se acerca, levanta su mano y la espada, ¡Se acerca más!, ¿Qué quiere hacer? Dolor, ¡Dolor!, que frío más intenso el de su espada, ya no aguanto más… Me rindo.
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